La innovación en nuestro Socialismo (I)

01/07/2019 15:28

En diciembre de 2012, la Academia de Ciencias de Cuba terminó el informedenominado “Análisis del estado de la ciencia en Cuba de cara al cumplimiento de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución”. Se hizo llegar entonces al Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente para canalizarlo a todas las instancias de gobierno del país. Allí se recomendaba, entre muchos capitales aspectos:

“Estimular al máximo, en función de la innovación, los vínculos de las empresas de uno u otro tipo con las universidades y centros de investigaciones, para lo cual existe un amplio menú de opciones. Ninguna de ellas tiene eficacia universal y todas son válidas en determinados casos, por lo que se requiere máxima flexibilidad, siempre que se garantice una rigurosa evaluación técnica y económica de los proyectos, así como el adecuado control y uso de los recursos. En el caso de las universidades y otros centros presupuestados estas actividades pueden generar ingresos que complementen al obtenido del presupuesto o los proyectos estatales y estimulen a los participantes.1

Por nuestra parte, en el número 69 (enero– marzo de 2012) de la revista Temas2apareció un artículo donde se pretendió dejar constancia de que la ciencia en Cuba, logro indiscutible de la Revolución Cubana, debería atenderse. En particular señalábamos acerca de las conexiones de la ciencia con la vida económica del país que:

“El éxito de una dependencia [estatal en la Cuba de ese momento] se mide mucho más por su disciplina en el cumplimiento del plan y las indicaciones del nivel superior que por su agresividad y progreso. El que prácticamente no existan espacios significativos para las nuevas iniciativas en instancia alguna y mucho menos para la competencia es una consecuencia nefasta. Una actividad de evidente riesgo —como la introducción de las investigaciones, el conocimiento y la innovación en la producción de valor— queda sin lugar en este esquema.”

Al cabo de más de siete años exhibimos una tendencia descendente, que ni siquiera existía entonces en cuanto a los indicadores internacionales de innovación. El número de patentes autóctonas solicitadas es mínimo y decreciente, de 62 en 2011 a 32 en 2016, según nuestra Oficina Nacional de Estadísticas.

Por otra parte, a partir de la mayoría de las informaciones que aparecen en nuestra prensa se hace evidente que la innovación para el sector productivo sigue viniendo de la mano de inversiones extranjeras o importaciones de equipos y “plantas completas”, donde se compra a precio de oro muchas veces hasta su diseño.

Acciones, productos y servicios novedosos cubanos suelen comenzarse a implementar, cuando se logra, solo después de muchos años de gestión por parte de los propios innovadores. Casos paradigmáticos de este esfuerzo de los investigadores, y no tanto de la demanda de los empresarios, son el de la producción de cemento de bajo carbono desarrollado con tecnologías de punta por especialistas de la Universidad Central de Las Villas y el “Biobras 16” de la Universidad de La Habana que estimula el crecimiento de las plantas más de un 15%. Este último se aplicó primero en el extranjero en los últimos años del pasado siglo, que en Cuba.

Gracias a la Revolución de 1959 somos hoy, indudablemente, un pueblo culto, con altos niveles de educación. Nuestros dirigentes muestran una clara conciencia y esgrimen, constantemente la exhortación en favor de la ciencia, la tecnología y a la innovación en su gestión de gobierno, vinculándola sobre todo al potencial científico determinante del país que está en nuestras universidades. Hemos demostrado además una increíble capacidad innovadora para supervivir muchas décadas de bloqueo, acoso y castigo externo por desear preservar nuestra independencia. Deberíamos poder exhibir muchos más hechos innovadores en la tecnología, en los servicios y en la producción de bienes que pudieran asombrar al mundo y al mercado. Las razones de tipo endógeno por las que aún no logramos esto las podemos corregir precisamente innovando en nuestra gestión del socialismo.

En la primera parte de esta serie de artículos debemos introducirnos en lo que puede ser el proceso de innovación y sus paradigmas.

Se innova creando algo nuevo. Si lo que se crea, que puede ser un objeto virtual (como un servicio de taxis a pedido por internet) o material (como un nuevo plástico), suple una necesidad por parte de las personas, entonces se posiciona inmediatamente y alcanza un valor de cambio por dinero, o precio: se mercadea. La formación de este valor es un proceso complejo y muy dependiente de como se ha generado la innovación, de su propia esencia y de la sociedad en la que se vive. Marx le dedicó a este asunto mucho espacio en su obra cumbre El Capital.

El valor de un par de zapatos y el de un robot que haga una cirugía del corazón tiene muy diferentes formaciones y precios de mercado, que aparecen ante el consumidor determinados por lo que conocemos como “la oferta y la demanda”. La formación del precio del par de zapatos tiene mucho que ver con el trabajo realizado para fabricarlo, el costo de los materiales y el de ponerlo a disposición del cliente. Pero en este caso la oferta suele proporcionar muchas opciones, porque en este mundo son muchos los capaces de producir zapatos. Eso influye mucho en precios que puedan ser relativamente bajos.

El precio del robot es diferente. En este caso, su formación está determinada por la oferta, ya que solo contados fabricantes pueden hacerlo. Un robot no se encarece esencialmente por el valor del material con el que está fabricado, sino por el trabajo intelectual que pocos en este mundo pueden realizar para producirlo. Es el alto costo del saber, en términos de mercado. La sabiduría y el saber hacer son mucho más escasos que el cuero con el que se fabrican los zapatos.

En nuestro socialismo el robot y la cirugía que realizaría no tienen precio alguno para el cliente, que somos los cubanos, porque son sufragados por toda la sociedad. Si lo produjéramos nosotros mismos, con nuestros saberes, solo cubrimos sus costos materiales y la debida retribución a nuestros sabios y tecnólogos. Si además es tan innovador y efectivo que resultara competitivo en el mercado internacional entonces lograríamos ingresos mayores que si vendiéramos su peso en oro. Si lo importamos o lo adquirimos de cualquier empresario privado, el pueblo de Cuba pagará su precio de mercado para beneficio de otros. Resulta así obvio que una política de promoción de la innovación puede actuar a favor de nuestra economía urgida de eficiencia y crecimiento.

Notas:
  1. Análisis del estado de la ciencia en Cuba de cara al cumplimiento de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución; Academia de Ciencias de Cuba: La Habana, 2012; p 32.
  2. Montero Cabrera, L. A. Temas 2012, (69), 4-11.